Desde primeras horas de la mañana, incluso en algunos casos desde la madrugada, miles de personas se agolparon en los aledaños del Congreso de los Diputados para unirse a los actos de despedida del expresidente Adolfo Suárez. A las doce del mediodía, media hora antes de lo previsto, quedaron abiertas las puertas de la capilla ardiente para que todo aquel que lo deseara rindiera su homenaje personal al fallecido. Ciudadanos de todas las edades, aquellos que vivieron esos años en los que fue presidente hasta estudiantes que han conocido aquel inicio de la Democracia en los libros o en las historias de sus mayores, han hecho cola alrededor del edificio, esperando su turno para entrar en el Salón de los Pasos Perdidos.
La fila fue aumentando en longitud con el paso de las horas, se congregaron tantas personas que, sólo una hora después de que se abriera la capilla, recorría ya todo el paseo del Prado y llegaba hasta la Plaza de Cibeles (distan aproximadamente un kilómetro). Miles de personas han esperado pacientemente su turno, nadie quería faltar en este momento tan significativo. Coinciden todos tras haber pasado por la capilla ardiente en que está siendo un momento “emotivo y solemne”.
La familia ha sido testigo en primera persona del incesante paso ante el féretro de la gente, que inclina la cabeza, se detiene unos instantes o se santigua, incluso los hay que hacen un gesto de cariño a la familia desde lejos, con el recuerdo en la memoria del importante papel que Adolfo Suárez desempeñó en la historia de España.
A pesar de que en Madrid el día está nublado, casi lluvioso, una metáfora de la tristeza que embarga el corazón de los españoles, todos han despedido a Adolfo Suárez. El mejor homenaje que ha podido recibir es sin duda el cariño inmenso de los que, gracias a él, comenzaron una nueva vida.
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