Para el futuro soberano es juego hecho. Sota, caballo y rey. Sin concesiones ni a la improvisación ni a la originalidad. La tradición así lo exige en la solemne ceremonia de investidura y Su Majestad cumplirá sin saltarse el más nimio pormenor de la etiqueta: llevará un frac, con chaleco blanco, en lugar de chaqué o del traje de chaqueta menos formal, así como, sobre sus hombros, el manto real de armiño que la reina Beatriz llevara en 1980 en su coronación, una copia del original de 1815 que se usó durante la entronización de Guillermo I.
Para la nueva reina, la partida tiene más bazas. Nada le obliga a seguir las reglas del juego: usos y costumbres. Menos aún cuando el antecedente es tan antiguo que nadie conserva recuerdo alguno. La última reina consorte de los Países Bajos presente en la entronización de su marido fue la primera esposa de Guillermo III, la reina Sofía, allá en 1849. Y en los tres reinados siguientes, eran ellas, las reinas Guillermina, Juliana y Beatriz, las nuevas soberanas y su puesta de gala giraba en torno al majestuoso manto. La reina Beatriz escogió un aderezo sencillo de perlas y diamantes: un conjunto de diadema, collar, pendientes y broche; la reina Juliana cambió la tiara por una redecilla especialmente creada para la ocasión y lució un adorno de rubíes y diamantes de finales del siglo XIX de varias piezas (pendientes, broche y collar) de la colección real; solo la reina Guillermina hizo del tradicional ritual uno más sofisticado coronándose con el conjunto de joyas más majestuoso del tesoro real holandés, y tal vez de todos los tesoros reales de Europa, el aderezo de diamantes de Stuart.
La piedra protagonista, un diamante de 36 quilates de la India, llega a los Países Bajos a finales del siglo XVII a través del gobernador Guillermo de Orange y de su esposa, la princesa Mary. La gema, de un color blanco azulado bastante raro, es considerada como una joya de la dinastía de Orange y se la conoce con el nombre de Stuart en recuerdo a la primera reina que la llevó. La reina Emma, segunda esposa de Guillermo III, el último Rey de Holanda, y madre de la futura reina Guillermina, es la primera que lo lleva en público en 150 años poco después de su matrimonio con el soberano en 1879.
Tras la desaparición sucesiva de todos los miembros masculinos de la dinastía Orange-Nassau –los hijos varones que el rey Guillermo tuvo de su primer matrimonio-, la princesa Guillermina se convierte primero en Heredera y posteriormente en Reina a la muerte de su padre en 1890. Tras una regencia de ocho años que la reina Emma ejercerá con sagacidad en nombre de su hija, Holanda celebra la entronización de la reina Guillermina el año de su mayoría de edad en 1898. Con el fin de dar más solemnidad a su coronación, se decide por un majestuoso adorno, compuesto por los 900 diamantes más bellos del cofre y por el Stuart como piedra central. Los llevará de nuevo en su boda con el príncipe Henri de Mecklembourg Schwerin. Su hija y sucesora, la reina Juliana, madre de la reina Beatriz, también los lució muchas veces. Hoy llevan cerca de 50 años sin salir de los joyeros de palacio: Beatriz de Holanda, que a menudo sufría de jaquecas, los consideraba sin duda demasiado pesados.
La piedra protagonista, un diamante de 36 quilates de la India, llega a los Países Bajos a finales del siglo XVII a través del gobernador Guillermo de Orange y de su esposa, la princesa Mary. La gema, de un color blanco azulado bastante raro, es considerada como una joya de la dinastía de Orange y se la conoce con el nombre de Stuart en recuerdo a la primera reina que la llevó. La reina Emma, segunda esposa de Guillermo III, el último Rey de Holanda, y madre de la futura reina Guillermina, es la primera que lo lleva en público en 150 años poco después de su matrimonio con el soberano en 1879.
Tras la desaparición sucesiva de todos los miembros masculinos de la dinastía Orange-Nassau –los hijos varones que el rey Guillermo tuvo de su primer matrimonio-, la princesa Guillermina se convierte primero en Heredera y posteriormente en Reina a la muerte de su padre en 1890. Tras una regencia de ocho años que la reina Emma ejercerá con sagacidad en nombre de su hija, Holanda celebra la entronización de la reina Guillermina el año de su mayoría de edad en 1898. Con el fin de dar más solemnidad a su coronación, se decide por un majestuoso adorno, compuesto por los 900 diamantes más bellos del cofre y por el Stuart como piedra central. Los llevará de nuevo en su boda con el príncipe Henri de Mecklembourg Schwerin. Su hija y sucesora, la reina Juliana, madre de la reina Beatriz, también los lució muchas veces. Hoy llevan cerca de 50 años sin salir de los joyeros de palacio: Beatriz de Holanda, que a menudo sufría de jaquecas, los consideraba sin duda demasiado pesados.
¿Se decidirá la reina Máxima por ellos para la Coronación? Cabe la posibilidad, sobre todo considerando su inclinación por las grandes joyas. Además, hace unos años circuló el rumor de que el adorno estaba siendo reparado por el joyero de la corona… Una apuesta máxima. Pero quedan otras posibilidades. La futura reina Máxima nunca ha llevado dos diademas muy apreciadas de la reina Beatriz: la primera tiara, de perlas y diamantes, es de gran valor sentimental para la actual soberana: la llevó en su enlace con Claus von Armsberg el 10 de marzo de 1966, y la segunda, de diamantes y zafiros, una creación muy vistosa de la casa Mellerio y el joyero parisino Oscar Massin, que data de finales del siglo XIX.
Y una razón de mayor peso es a fin de cuentas el gusto personal de la futura reina Máxima. Parece que aprecia particularmente los diamantes, también las perlas que luce muy a menudo. Pero tiaras tan majestuosas como la Stuart y ocasiones más apropiadas para lucirla serán difíciles de encontrar. O no tanto.
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